“Hay [en el teatro], como en la peste, una especie de sol extraño, una luz de intensidad anormal, donde aparece que lo difícil, y aun lo imposible, se transforman de pronto en nuestro elemento normal”.
Antonin Artaud en “El
teatro y la peste”
"¿sería que estaba
cansado de ver tanto teatro o sería que nuestro teatro se estaba acomodando sin
riesgos, ni ricas apuestas, ni aventuras sinceras?"
William Guevara en Brindo
Lo
mejor que le pudo pasar al teatro para que algo pasara con el teatro, ha sido
este confinamiento de mierda por un virus pandémico, y por el que o hemos
perdido a algunx de lxs nuestrxs o conocemos a unx de lxs nuestrxs que así le
ha pasado, y esto sin contar con todos los velos corridos que guarecían la corrupción
ensañada con la salud, la educación y la cultura, propios del gobierno actual
en Colombia, en fin. A lo que quiero apuntar en este texto, es que, si no es porque
este confinamiento “voluntario” ha obligado al cierre de los espacios para el teatro,
el quehacer teatral no hubiera caído en la cuenta, además de su condición
arcaica (condición referida a lo técnico, por supuesto), que el público espectador
es más que una boleta vendida o una butaca ocupada o un aplauso que sólo
significa si se suman muchos – sin importar su criterio –, algo parecido a la
lluvia que, si no es mucha – en aguacero – pasa a ser insignificante.
En su
artículo ventajas
sobre la peste, Caparrós escribe:
“No
somos lo que somos; somos lo que podríamos ser. O eso nos creemos: nos gusta
ser lo que podríamos ser mucho más que ser lo que somos. Nos gusta pensarnos
como eso que querríamos; después, la realidad contraataca y nos ofrece el
pretexto perfecto: ah, lo que yo haría si no fuera porque. Ahora tenemos la
mejor: como excusa, a la pandemia no le gana nadie”.
Y es que,
para el teatro, no somos lo que somos, sino lo que diga el público que debemos
ser – a eso lo acostumbramos y nos acostumbramos – y nos volvió a importar el
público espectador en el buen sentido, más allá de si está presente o no: se
comenzó a mover el sofá de la comodidad creativa. Lxs más tímidxs comenzaron con
charlas, talleres o/y entrevistas – algunas transoceánicas –. Y lxs que
iniciaron tomando la cabra por los cuernos, asumieron la migración digital hacia
el podcast y lecturas dramáticas (¿radioteatro?) hasta posibles “cortometrajes”,
pasando por el “videoteatro”, “teatro-streaming”, “teatro zoom”, performance o
puestas en pantalla; cayeron en la cuenta que el público espectador no es un enigma
o misterio como lo escuché en varias ocasiones, por el simple hecho de no saber
cómo atraer a su majestad el público espectador, a una sala de teatro para que “viva”
el espectáculo que va a ser presentado, sino que el público espectador ahora
escoge entre HBO, Netflix o la obra de teatro vía streaming, por el mismo
motivo que (antes de este confinamiento) elegía entre ir al cine o al estadio a
ver fútbol que ir a ver tu obra: buena calidad en sus contenidos y tratamientos
técnicos y estéticos, pero como uno no es lo que quiere, si no lo que puede
ser como lo dice Caparrós y lo canta Andy
Montañez, en esta aparente y absurda suspensión de procesos creativos, que
más que un paréntesis o excusa para no hacer, fue una gran fisura, una brecha
por la que se abismaron cambios que, aunque reticencias y excepciones se hallaron
al inicio, al final fueron seducidxs y capturadxs por el precipicio de los bits
y de los pixeles, de los dispositivos de almacenamiento digital y sus pluriversos
mediáticos, aceptando una especie de “epidermis de bifenilo o cristal líquido”.
Descubrieron con poco beneplácito que eran arcaicas, desgastadas y hasta en
desuso todas aquellas exploraciones de marketing y producción, inspiradoras al
principio y convertidas al final en un sofá que tiene en el lugar de sus resortes
un hundido con la forma del culo de quienes “haciendo teatro” hacían parte de
esa patología provocada por los dogmas y los paradigmas: la de estar haciendo
lo mismo; y en esa mismidad que se daba en el quehacer teatral tuvo que enfrentar
– gracias al confinamiento por Covid-19 – un público que ya no es el mismo,
aunque haya quienes siguen negando ese público haciendo lo mismo, como si lo diferente
como opción de reflexionar y escrutar el trabajo técnico y estético propio, pusiera
en marcha un proceso corrosivo y cáustico que busca desaparecer – ¿autodestruir?
– su estilo ya logrado, cuando no hay nada más feroz y agresivo que pretender
ser lo mismo o/y ser igual a lo(s) demás, o como dicen que dijo Albert Einstein:
si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo.
La
cartelera teatral de la ciudad de Medellín – la que más conozco – y de algunos
otros lugares del mundo – que gracias al confinamiento pude ver –, pasaban por
una especie de duelo al tener que levantar el culo de ese sofá de la comodidad
y la holgura, y emanciparse de los dogmas, perder el miedo a resemantizar(se), terminar
de rasgar el celofán del paradigma purista sobre que si el teatro esto o que si
el teatro aquello y decidir, finalmente, encender el dispositivo y empezar a
transmitir, porque era el mismo teatro el que empezaba a desgastarse – ya no
lxs creadorxs –, manifestando una patología de lo igual, y los creadores/ras
trasegando un duelo, dando pena por lo lejano del acontecimiento convivial, la
ausencia de un público espectador, la privación de un lugar físico para crear,
y aquí recuerdo ese artículo escrito por el dramaturgo alemán Roland
Schimmelpfennig que, si ustedes bien recuerdan, lo tituló al mejor estilo de la
ciencia ficción apocalíptica dado su sentido funesto y aciago: La
función no puede continuar,
"El
teatro —ya sea el oficial o la escena independiente— es lo opuesto al aislamiento.
Este lugar, esta ancestral institución, que es una parte determinante de
nuestra identidad cultural, la hemos perdido por el momento y hasta nuevo
aviso. El teatro parecía casi indestructible, no necesita prácticamente nada,
no necesita techo ni electricidad. A diferencia de la radio, la televisión, el
cine e Internet, el teatro es algo así como un dinosaurio analógico y pájaro
del paraíso al mismo tiempo, encantador, brusco, maleducado, vanidoso, a veces
presuntuoso y vacío, en ocasiones también espantosamente sincero y honesto y
necesario, en su diseño básico muy old school, pero también decisivo en la
permanente reinvención de la modernidad”.
Y
quién dice que todo lo relacionado con este virus de mierda no es nefasto o
fatídico por decir lo menos, pero algo cercano al “sin darnos cuenta”, gracias
al confinamiento por este virus de mierda, el público espectador tomó su lugar,
ya no en la butaca, sino en los procesos creativos como, creo yo, ha estado y debería
estar siempre. Y las propuestas, desde las más clásicas hasta las más contemporáneas
tuvieron que retomar los pasos que, en muchas de las obras que vi antes del
confinamiento por pandemia, apenas y les habían pasado revista: “investigar,
aprender, improvisar, volver a aprender” y darle con absoluta sinceridad la
última palabra a un público siempre espectador, si vamos a su raíz etimológica,
y sin importar si el espacio es físico o virtual, dejando a un lado esa
nostalgia voraz de algo que no es más que una clara radiografía sobre la mirada
de una sociedad de la instantaneidad masiva. Por este confinamiento teatreros,
teatristas y teatrólogos de esta ciudad (la mayoría) se descubrieron homogeneizados,
las creaciones se generaban a partir de un público pre-formado, pre-concebido –
lxs mismxs aplaudiendo lo mismo –, haciendo parte de la satisfacción de un
placer por lo que es consumido sin miedo a quebrantar una idea o pensamiento,
sin miedo a que, creadorxs y público espectador, no perdieran su rumbo y
perdieran la costumbre de superarse a sí mismxs, pero como hacer teatro es un
acto de resistencia y es en el quehacer teatral en donde se guardará lo que
somos como creadores y lo que hemos hecho como seres humanos…
Para
dar cuenta de la Medellín teatral, sólo voy a enunciar algunos de los
festivales de teatro realizados en pleno confinamiento ¡festivales de teatro y
en pleno confinamiento!: – El festival de teatro aficionado: ESCÉNICA – La fiesta
de las Artes Escénicas – El festival de teatro de San Ignacio – El festival
Colombiano de Teatro – El festival de teatro Invernía – El festival del Carmen
del Viboral: El Gesto Noble - El XIV Festival, El teatro se toma Bello – El Titirifestival
de Manicomio de muñecos, además del surgimiento de dos proyectos pioneros que tienen
por almendra en su propuesta la dramaturgia: Telecturas: lecturas dramáticas en
línea y Dramaturgias y otras pandemias, un espectáculo de improvisación
escritural.
Entonces,
pregunto con Shaday Larios Ruiz:
"¿Qué
lugares, qué pensamientos, qué dramaturgias espaciales provisionales se construyen
para la recuperación, si en quien sobrevive al día después de una catástrofe,
operan la visión y la conciencia de habitar adentro de un posible día antes a otra
devastación? Un análisis del sentimiento de posteridad a una catástrofe, a
través de obras determinadas de las artes escénicas, nos lleva a investigar
hábitos asolados, utopías, añoranzas. Nos posiciona en la paradoja por la que
desde hace siglos transita nuestra conmoción y nuestra impotencia: la falsa
idea de progreso asentada en una "catástrofe de orden racional", que
hoy apuntala hacia los temores de una guerra atómica mundial, de una calamitosa
extinción de las especies y antes de eso, a una perenne crisis económica".[1]
Paradójicamente,
han sucedido incontables devastaciones de la raza humana y en un sinnúmero de formas,
métodos, sistemas y, sin duda alguna, sucederá otra de nuevo y ya no estaremos,
pero el teatro sí, y lo estará por los milenios de los milenios, incluso
sobreviviéndose a sí mismo.
Hasta
ahora este SARS-CoV-2 ha sido la pandemia más letal del siglo XXI, después de
la cólera en Haití por allá en el 2010 o la influenza a nivel mundial en el
2009, sólo por poner dos ejemplos, y seguramente – espero – en un futuro
cercano el uso del tapabocas, barbijo o mascarilla, el saludo con los codos y
las manos con una sensación inflamable por alcohol, todo el tiempo, serán
lugares comunes para bromas; y ojalá sea un recuerdo cuando señalemos que,
gracias al confinamiento de mierda, nos dimos cuenta que “Los artistas del
teatro independiente no somos personas con ahorros, dado que los ingresos no son
suficientes” (Schimmelpfennig) y muchxs pasaron a ser, de lo que hubieran querido,
a lo que muchxs nos señalan de ser: víctimas, como bien lo dice Caparrós. Y se
comenzaron a cerrar teatros, pero no por falta de teatro, y comenzaron a morir
los artistas, pero no por falta de arte, y se evidenció que en esta ciudad –
Medellín, que es la que más conozco – junto a otras muchas otras ciudades del
país, los y las creadoras no morían porque no tuvieran qué crear, sino que
morían de hambre, físico hambre y, gracias a la pandemia, nos dimos cuenta que
son muchxs artistas y teatrerxs que hacen parte de lxs que no tienen salud, de
lxs que no tienen posibilidad de una pensión para tener algo de dignidad en la
vejez, y que son muchxs lxs que terminan, por este capitalismo color hormiga o
naranja, da igual, a ser obsoletxs porque son analfabetas informáticos, porque
esta migración a lo digital puede poner en riesgo la estética de la propuesta,
lo que es posible y no. Pero, dónde más, si no es en el quehacer teatral, se
vive de la invención, de hallar soluciones, de poner en marcha cualquier artefacto
– la imaginación, incluso – para expresar eso que queremos expresar, y así, gracias
a la pandemia el quehacer teatral recibió algo de oxígeno creativo y puso en
otro lugar que no fuera la butaca al público espectador, y se ha resistido sin asomo
alguno de claudicar. Gracias a la pandemia nos dimos cuenta que, sin importar
el formato: convivial o tecnovivial, es la responsabilidad ética y creativa lo
más importante, pues bien sabemos que el teatro como el poema requiere de
tiempo y estamos en ese tiempo, siempre lo estamos, además, preguntarnos: "¿sería
que estaba cansado de ver tanto teatro o sería que nuestro teatro se estaba
acomodando sin riesgos, ni ricas apuestas, ni aventuras sinceras?”.
Que,
gracias a este confinamiento de mierda por la pandemia, nos dimos cuenta que lo
que debemos cuidar y nutrir y acompañar y apoyar, no es el arte o el teatro en
sí, sino a lxs artistas que, además, gracias a ustedes, lxs artistas (y a la
comunidad médica) seguimos siendo rescatados de la desesperanza y la desesperación,
logramos sobrevivirnos a la angustia y al terror, le extrajimos segundo a
segundo tiempo al siempre posible e inminente final de las cosas, porque el
teatro se hace todos los días contra la muerte.
Agradeciéndole
a Kiosko teatral y a su director, William Guevara, por este espacio, les deseo
un fértil y venturoso 2021, y que el telón nunca caiga, aunque sea de cristal
líquido.
(A)POSTILLA: El
2020, además de ser el año de la pandemia y de originar cambios en el quehacer
teatral y evidenciar la precarización de la vida del artista, también fue el
año en el que se movió la luz cenital del proscenio hacia las sombras de la
trasescena, y rechazar los actos de explotación laboral y violencia sexual por parte de algunos profesores
y directores de teatro, además de despojar de eufemismos la complacencia y la
complicidad sobre estos actos de personas que dicen defender el quehacer
teatral, aunque sea convertido en un lugar inseguro y temeroso para la mujer.
[1]
LARIOS RUIZ, Shaday (2010). Escenarios
post-catástrofe: Filosofía escénica del desastre. México: Paso de gato